El dolor de perder a un hijo

Perder a un hijo es un dolor único, inexplicable y antinatural. El terror a que muera es un sentimiento que se instala desde el momento que los ves llegar a este mundo. Y cuando ocurre, pareciera que se entra en un ciclo interminable de desinterés por la vida. Así lo definió el domingo pasado en una entrevista a Culto de La Tercera la actriz Leonor Varela: “Lo que fue difícil para mí después de perder a mi hijo, y lo sigue siendo hasta hoy, es tener interés en la vida”.

“Cuando se muere un hijo se pierde también una parte de sí mismo. Y dependiendo de las características de cada persona se podrá o no aprender a vivir con el duelo, dado que cuando se fallece se instala algo así como “un hoyo negro” en el psiquismo de quienes sufrieron la muerte. Porque, después de todo, ¿existe en el imaginario de los padres una peor pesadilla?”, dice la sicóloga clínica experta en familia, Mónica Gabler.

Esto se debe a que la paternidad es un hito que trasforma radicalmente la vida de las personas, puesto que otorga un sentido de trascendencia. En el hijo se proyecta una parte de la identidad, de las fantasías y de las propias necesidades no resueltas. ¿Cómo quiero que sea?, ¿qué valores le voy a enseñar?, ¿qué cosas voy a repetir de mi crianza? o ¿qué cosas quiero darle que a mí no me dieron?

Considerando que cada uno vive esta experiencia de forma distinta, ¿cuáles serían las etapas en un duelo de este tipo?

El duelo por la pérdida de un hijo se comporta parecido a otros duelos, con algunas diferencias como que se desencadenan más fuerte la conmoción —porque se supone que son los padres quienes mueren antes— o el sentimiento de culpa, ya que la mayoría de los padres se preguntan ¿habré hecho lo suficiente? Otro elemento diferencial es el sensación de desolación que aparece en relación con el “hoyo negro” que deja este tipo de pérdidas.

¿Es necesario un acompañamiento espiritual (laico o no/profesional)?

Depende de cada persona, lo importante es que te haga sentido. Aunque hay que tener en cuenta que después de la muerte de un hijo/a es necesario hacer el trabajo de reestructuración de la identidad y por lo mismo, es más “fácil” elaborar la pérdida siendo sostenido por alguien que te escuche sin juzgarte, ni exigirte. Muchas veces las familias con la intención de ayudar hacen comentarios tales como: “tienes que ser fuerte”, los que se constituyen en mandatos extremadamente difíciles o derechamente imposibles de cumplir. Después de todo, si murió tu hijo/a ¿cómo vas a estar bien?, ¿cómo se supone que debes ser fuerte?

Para la especialista, una muerte repentina —a diferencia de una por una enfermedad que se prolongó un tiempo— puede generar una sintomatología más aguda, que incluso puede llegar a constituirse en un trauma, como es el caso de muertes violentas. En este caso el trabajo terapéutico suele prolongarse un poco más. De todos modos, en ambos casos —muerte esperada y repentina— se recomienda la orientación y acompañamiento de un especialista.


FUENTE: www.latercera.com

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